Por Alfredo Ygel - Para LA GACETA - Tucumán
"Hay criminales que proclaman tan campantes
‘la maté porque era mía’, así no más,
como si fuera cosa de sentido común y justo
de toda justicia y derecho de propiedad privada,
que hace al hombre dueño de la mujer.
Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los
super machos tiene la valentía de confesar
‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo
de la mujer a la violencia del hombre es
el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.”
Eduardo Galeano - “La mujer sin miedo” (El libro de los abrazos)
¿Qué hace que un hombre, en esa cruel manifestación de la sinrazón, descargue su furia asesina en una mujer, quien hasta tiempo atrás fuera su compañera, su esposa, su concubina o amante? El aumento incesante en los últimos tiempos de estos actos criminales en nuestro país, que llegó a la alarmante cifra de casi un femicidio por día, ha provocado un estado de dolor e indignación que llevó a que en octubre del año pasado se produjera una masiva manifestación de repudio y denuncia. Como expresión de protesta social, dando visibilidad a este fenómeno tanto en las redes sociales como en las principales plazas del país un colectivo masivo de mujeres se apropió de la consigna “ni una menos”. Miles de mujeres vestidas de negro expresaron su preocupación y dolor, pero también manifestaron en sus consignas el cambio producido en el lazo entre hombres y mujeres. Algunos de los carteles hechos a mano decían “No quiero ser la próxima mujer asesinada” o “Quiero decidir quien toca mi cuerpo”, expresando una modificación en la posición femenina en la relación entre los sexos. Decían así que no están dispuestas a seguir en posición cosificada de objeto del hombre, manifestaban un punto de basta a estar situadas en el lugar de puro objeto sexual para posicionarse en su lugar de sujetos y apropiarse de su cuerpo y su deseo. Este grito silencioso de libertad fue proferido en los espacios públicos como expresión y denuncia de lo que acontece en la vida privada.
Motivaciones
No es mi propósito hacer referencia a una serie de determinaciones que en el lazo social actual influyen en el incremento de estos episodios de violencia como son la caída del valor de la palabra y el déficit en la relación del sujeto con la ley. Me propongo decir algo acerca de las posibles motivaciones subjetivas que provocan que un sujeto acometa este acto asesino. Aún situando las diferencias que se manifiestan en cada uno de los femicidios y mas allá de la especificidad patológica de cada una de las situaciones podríamos precisar un rasgo común, algo de lo estructural que está allí en juego. Nos preguntamos ¿Qué de lo femenino interpela la posición del hombre de tal modo que este, en el colmo de su impotencia, apele al asesinato en el intento de mostrar su dominio y superioridad frente a la mujer? Es el poeta Eduardo Galeano quien nos pone en la pista cuando denuncia que el hombre mata a la mujer como expresión de su intento de apoderarse y ser dueño exclusivo de su cuerpo y su vida. Esta furia asesina muchas veces se desencadena ante la decisión de la mujer de separarse del hombre liberándose de este modo de su dominio. Las historias de muchos de los asesinatos perpetrados por hombres ante la decisión de las mujeres de poner fin al maltrato y construir una nueva vida fuera del espiral de violencia, son testimonio que vienen a mostrar la dinámica intersubjetiva que precipita el episodio criminal.
Esta decisión de la mujer viene a mostrar en acto la condición de alteridad de lo femenino. Es como si la mujer manifestara en su intento de independencia que ella es otra, que no es su propiedad exclusiva, que se sostiene en su propio deseo más allá del hombre y su goce de poseerla toda para sí. De este modo el maltrato de las mujeres e incluso los femicidios son la expresión del hombre de no poder asir esa alteridad que constituye la posición femenina, esa imposibilidad de tenerla toda para él. Es el miedo el que se apodera del hombre como espejo del miedo de la mujer a la violencia masculina, nos dice Galeano. Desprovisto de sus insignias que lo disfrazan de supermacho, el hombre queda sometido a su impotencia e intenta en el acto asesino restituir el dominio del objeto.”La maté porque era mía” es un modo de restituir esa posesión del objeto que sin embargo el asesinato le muestra imposible, en tanto el objeto se le escapa de sus manos allí donde él le quita la vida.
Podemos situar en la relación entre los sexos el lugar de la mujer como lo otro, la alteridad. Y es esta alteridad femenina la que provoca el despliegue del odio del hombre. Es así como la mujer es puesta muchas veces en el lugar de la loca, la prostituta o la impura, y sometida en muchas culturas a la degradación. La violencia va a aparecer en esa imposibilidad del hombre de tenerla toda para sí. Es desde ahí que va a aparecer el rechazo a lo femenino. La mujer no-toda es del hombre y, en esa condición de autonomía, la alteridad y diferencia se vuelven amenazantes por lo que a este se le hace necesario abolir esa diferencia radical en el golpe del maltrato o en el acto asesino. El sujeto no está dispuesto a aceptar esa singularidad que lo cuestiona y lo vuelve inseguro.
Más allá del temor
El avance de la mujer en la apropiación de su radical diferencia, su acceso a la palabra, la asunción de su propio deseo -como lo muestra el lugar que ocupa en lo social, en el mundo del trabajo o la política- y fundamentalmente su oposición a estar sometida como objeto del hombre, la sitúa en su lugar como sujeto, lo que le posibilita establecer una relación libre y sin miedo en sus intercambios en la vida y entre los sexos.
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Alfredo Ygel - Profesor Facultad de Psicología de la UNT, miembro del Grupo de Psicoanálisis de Tucumán.